En la Biblia, en el evangelio de Juan, podemos leer:
«Había un hombre de los fariseos, llamado Nicodemo, prominente entre los judíos. 2 Este vino a Jesús de noche y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer las señales que tú haces si Dios no está con él. 3 Respondió Jesús y le dijo: En verdad, en verdad te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios. 4 Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo ya viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer? 5 Jesús respondió: En verdad, en verdad te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios.»
Traduciremos, desde nuestra perspectiva simbólico-arquetípica, qué quiso decir Jesús con «nacer de nuevo» y con «nacer de agua y Espíritu», ya que la importancia que da Jesús a esta frase es la condición para ver y entrar al Reino de Dios, respectivamente.
–Nacer de nuevo: Arquetípicamente, nacer es comenzar. Nace quien comienza. En astrología, la forma en que nacemos la determina el ascendente y sus aspectos. No sólo determina cómo fue nuestro parto, sino la forma en que comenzamos cualquier nuevo ciclo de nuestra vida. Desde esta perspectiva, estamos «naciendo» permanentemente, al comenzar un día, una etapa, una experiencia… pero si nos dejamos influir por el pasado, nuestro o de otros, como son las creencias y los programas, dejamos de nacer en el sentido simbólico del término. Nacer tiene que ver por lo tanto, con la forma en que creamos nuestra realidad. Volver a ser niños es volver a ser inocente, libre de ideas preconcebidas y de juicios. Cuando somos meros transmisores de la experiencia ajena porque estamos cargados de programaciones inconscientes, real y simbólicamente, dejamos de nacer de nuevo y de crear. Cedemos nuestro poder a otros.
–Nacer de agua y espíritu: El agua es la emoción, arquetípicamente. Bautizarse, por lo tanto, simbolizaría una renovación de nuestra conexión emocional. El Espíritu tiene que ver con el plasma. El fuego transmuta, activa, limpia. Ahora lo recibimos de forma muy incrementada por las tormentas solares. Es el paso previo y da vida a la materia. Tiene que ver con el espíritu, con el alma de esa materia. Nacer de agua y espíritu, por lo tanto, simbolizaría renovar nuestra conexión emocional y espiritual.
Como vemos, Jesús hablaba en parábolas. Las parábolas son simbolismos. Es el lenguaje del inconsciente. Una trayectoria parabólica es aquella que se asemeja en la trazada a otra. Es un símil, un paralelismo.
Jesús utilizaba un lenguaje no racional, ya que el lenguaje racional es el lenguaje del ego y separa, disgrega y enturbia, más que une, unifica y aclara:
10 Y acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas en parábolas? 11 Y respondiendo El, les dijo: Porque a vosotros se os ha concedido conocer los misterios del reino de los cielos, pero a ellos no se les ha concedido. 12 Porque a cualquiera que tiene, se le dará más, y tendrá en abundancia; pero a cualquiera que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. 13 Por eso les hablo en parábolas; porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. 14 Y en ellos se cumple la profecía de Isaías que dice:
“Al oir oireis, y no entendereis;
y viendo vereis, y no percibireis;
15 porque el corazon de este pueblo se ha vuelto insensible
y con dificultad oyen con sus oidos;
y sus ojos han cerrado,
no sea que vean con los ojos,
y oigan con los oidos,
y entiendan con el corazon,
y se conviertan,
y yo los sane.”
Las parábolas sólo pueden ser entendidas por quien entiende el lenguaje simbólico, el lenguaje de los arquetipos y el que no entiende este lenguaje, no comprende la vida y cada vez tendrá menos, aunque acapare mucho, porque tendrá miedo a perder.
Los sueños, las parábolas y los sucesos aparentemente fortuitos que nos ocurren en la vida, incluidas las enfermedades, son expresiones de un mismo lenguaje. Y ese lenguaje manifiesta un mensaje clave para acercarnos a nuestra felicidad.
Entender cómo nos habla el universo, el inconsciente, los sueños, es entender la vida, y sanarse. Cuando entendemos para qué nos ocurre algo se acaba el juicio y, por lo tanto, el dolor y llega la paz.
Cuando la mente entiende, y sólo se puede entender a través de símbolos la vida, el corazón se abre, llega la fe y se comienza a amar.